
Por: José “Chaco” Vargas Vidot
Entonces, la pregunta más importante antes de irme a dormir fue: “¿crees en los reyes magos?”. Y, sin apenas pensarlo, la respuesta ya estaba construida en mi corazón: “Síííííí, creo que existieron, creo que existen y estoy seguro de que siempre existirán”. “¿Tanta segurida
d tendrá que fundamentarse en una evidencia científica?’”. Y dije yo: “nooo, la ciencia nada tiene que ver; la ciencia es para los seres pequeños que no han logrado coincidir con su esencia”. Entonces, ¿quiénes y cómo son los reyes?
Quizás, esta historia pueda contestar las preguntas:
-“¡Chaquito, Chaquito!”, gritaba mamita. “Avanza y acuéstate a dormir. Corre, mijito, que ya las estrellas se acercan a la casa de los Basabe y, si te agarran despierto, te dejan caca de camello”.
-“Ayyy, mamita”, le contesté. “Estoy bien nervioso. ¿Tú crees que vendrán? Es que vivimos tan encerraditos”.
- “Pero, no te preocupes, que ellos entran por cualquier rendija; son como la luz”, dijo.
-Y le pregunté: “¿De verdad, mami?
-“Sí. Además, tú te has porta’o tan bien, hijo de mi alma”.
“Hijo de mi alma”, qué expresión tan bellamente elocuente que, en los hermosos labios de mi mamita, significaban ya la seguridad de un gran regalo. Cuánto sacrificio habrá hecho mi mami para negociar dentro de la pobreza, para que aquellos primeros juguetes fueran la alegría del “hijo de su alma”. Los Santos Reyes evidenciaban, sin todavía llegar, el más profundo regalo que aparecería, no debajo de mi cama, sino al pie de mi pesebre. Porque, para ser hijo del alma, uno tiene que ser amado como el elegido por esa madre que, además de su matriz, sabe parir del alma.
Los Santos Reyes existen y existirán mientras haya personas que crean que nuestros hijitos e hijitas son criaturas del alma. Existirán mientras haya gente que entienda que un regalo no nace de un escaparate de una tienda fría, sino que nace de la intención de validar y exaltar la belleza del humano que se atreve a estar en continuo nacimiento. Los Santos Reyes son la declaración de amor que nace de una estrella que guía desde el oriente y se posa, a perpetuidad, en la habitación del amor que llevamos dentro de este limitado vestido de piel. Los Santos Reyes existen en la medida en que podamos, por más mullida que sea nuestra cama, volver al pesebre, volver a la humildad de la vulnerabilidad aniñada y sentir que, a pesar de la diversidad de los regalos, siempre hay una virtud de convergencia: un punto de partida común; una comunión perfecta, que es el amor.
Los primeros rayos del nuevo amanecer fueron suficientes para seducir mis ojos y levantarme con curiosidad nerviosa. No me atrevía a mirar si mi cajita de hierbita había sido del agrado de mis reyes. Y salí corriendo para tocar a mi mamita y, despertándola con ansiosos movimientos, le pregunté a ella antes de confiar en mis ojitos: “¿los Reyes vinieron?
-“Claro que sí, Chaquito, claro que sí”, contestó.
Entonces, esa amorosa voz se convirtió en el comando para que me tirara debajo de la camita a buscar lo que ya después de muchos años, y sin la dulce presencia física de mi mamita, es el regalo permanente de la fe. Los Tres Santos Reyes existen y existirán mientras miremos el pesebre como punto de partida, Corramos a nuestras camitas, antes de que nos vean…